Mes: julio 2009
Zulo de flechas
Sé generosa y lánzame la flecha de la vista, pero no la que me ciega, sino la que engancha el ojo con el tacto, o mejor échame varias microflechas, dame una tapa de pinchitos de tacto, para que te los pueda ir clavando o me los claves tú a mí, que no sé lo que hago o digo, que esto de sentir por los sentidos lleva a muchas confusiones y luego se me dispara a mí la flecha de la lengua y la liamos. Bueno no, que la flecha de la lengua es tuya, esa que me entra por la orejilla, me produce picor y escalofríos y luego ardores en las antípodas, mientras tú te descojonas contemplando los efectos.
No sé si me entiendes, en realidad, mis metáforas siempre han sido algo oscuras, pero es que yo soy del bosque, ya te lo dije desde el principio, y tú de los limones del Caribe.
Venga, apunta y dispara, que cada día te pareces más a Guillermo Tell, y yo aquí todo emocionadito con el corazón en una manzana.
Déjame escapar a cambio de un rescate: Siempre mantendré silencio acerca del sabor de tu boca.
Fantasgoritmos
No hay marmotas
Pasó primero doña Marmótez del brazo de su adorado don Buéyez y seguían tan vergonzosamente acaramelados que ni cuenta se daban de los estragos de su prole.
Me hice una paella y un abrigo de pieles, con todo el dolor de mi corazón. Pero es que si hay algo que no soporto en esta vida es tan malísima educación.
El cencerro de esmeralda
Desde Ali’ite
Hola, aquí estoy dentro de esta botella de cristal verde y grueso, mirándoos a distancia, algo distorsionados, y escribiendo mis experiencias en mi microordenador con los pelillos de la nariz o con estas barbas de pez, que ya no sé lo que soy. Por el cuello de la botella entra un agua cálida generalmente, lo que me permite mantener las rayas amarillas que me quitan la depre del encierro. Entré y no sé cómo salir, las aletas se me quedan algo tumefactas a veces y soy demasiado pequeño para embestir el cristal y empujar la botella a la superficie. Entró algo de arena en el viaje y se ha quedado varada en el fondo de esta playa de olas suaves. Espero que una buena tormenta me saque de aquí, me abruma tanta belleza y tanta luminosidad.
De vez en cuando como un poco de plancton a vuestra salud, y escribo cuentos repipis de corales y cangrejos hermitaños. Por aquí no suele haber mucha basura, porque hay pocos seres humanos todavía, tampoco espero que se conviertan en peces, como yo, no me apetecería encontrarme de repente con un pez sierra de vecino, o sí, lo mismo sería para hacerme un favor de bricolaje en la botella. Tampoco desearía huir y acabar en alguna ría debajo un puente, ya he nadado por demasiados mares que no me ofrecían puntos de referencia válidos.
En realidad me conformaría con salir por aquí y desovar en algún hueco, entre esponjas, por ejemplo, donde no alcancen las morenas de las grutas, ni las rubias de la playa que entran corriendo al agua sin saber dónde pisan.
O morirme de pena dentro de esta cárcel transparente y ser encontrado por ese biólogo pecoso que he visto bucear a lo lejos, para que me diseque y me exponga en el museo Oceanográfico.
Al fin y al cabo, dudo que sea normal encontrar otro pez con estas narices de Pinocho.
Ha pasado un pez que no conozco, andaba despistado y ha picado en un cebo que lleva ahí por lo menos una semana. Claro que lo que no se esperaba el pez era encontrarse un cebo con sabor a paté de cannard, a mí me hubiera gustado más saber a bonito del norte, pero los genes mandan. Al pobre pez se le han hecho un revoltijo las branquias con la aleta caudal y yo he creído que por fin había encontrado la solución a mis angustias por el crédito del banco.
He emitido un suspiro que ha asomado a la superficie en forma de burbujas envueltas con algunas algas. Siempre he sido condescendiente con mis amigos, el precio autoimpuesto por tener cara de besugo.
La felicidad colea.
Se acerca un cocodrilo. Sospecho, por la cara que trae, que va a intentar ligar conmigo.
Hola, aquí estoy dentro de esta botella de cristal verde y grueso, mirándoos a distancia, algo distorsionados, y escribiendo mis experiencias en mi microordenador con los pelillos de la nariz o con estas barbas de pez, que ya no sé lo que soy. Por el cuello de la botella entra un agua cálida generalmente, lo que me permite mantener las rayas amarillas que me quitan la depre del encierro. Entré y no sé cómo salir, las aletas se me quedan algo tumefactas a veces y soy demasiado pequeño para embestir el cristal y empujar la botella a la superficie. Entró algo de arena en el viaje y se ha quedado varada en el fondo de esta playa de olas suaves. Espero que una buena tormenta me saque de aquí, me abruma tanta belleza y tanta luminosidad.
De vez en cuando como un poco de plancton a vuestra salud, y escribo cuentos repipis de corales y cangrejos hermitaños. Por aquí no suele haber mucha basura, porque hay pocos seres humanos todavía, tampoco espero que se conviertan en peces, como yo, no me apetecería encontrarme de repente con un pez sierra de vecino, o sí, lo mismo sería para hacerme un favor de bricolaje en la botella. Tampoco desearía huir y acabar en alguna ría debajo un puente, ya he nadado por demasiados mares que no me ofrecían puntos de referencia válidos.
En realidad me conformaría con salir por aquí y desovar en algún hueco, entre esponjas, por ejemplo, donde no alcancen las morenas de las grutas, ni las rubias de la playa que entran corriendo al agua sin saber dónde pisan.
O morirme de pena dentro de esta cárcel transparente y ser encontrado por ese biólogo pecoso que he visto bucear a lo lejos, para que me diseque y me exponga en el museo Oceanográfico.
Al fin y al cabo, dudo que sea normal encontrar otro pez con estas narices de Pinocho.
Ha pasado un pez que no conozco, andaba despistado y ha picado en un cebo que lleva ahí por lo menos una semana. Claro que lo que no se esperaba el pez era encontrarse un cebo con sabor a paté de cannard, a mí me hubiera gustado más saber a bonito del norte, pero los genes mandan. Al pobre pez se le han hecho un revoltijo las branquias con la aleta caudal y yo he creído que por fin había encontrado la solución a mis angustias por el crédito del banco.
He emitido un suspiro que ha asomado a la superficie en forma de burbujas envueltas con algunas algas. Siempre he sido condescendiente con mis amigos, el precio autoimpuesto por tener cara de besugo.
La felicidad colea.
Se acerca un cocodrilo. Sospecho, por la cara que trae, que va a intentar ligar conmigo.

En la rueda del reloj
Como se me ha oxidado la rueda del reloj, el tiempo se me descalibra y mi Swatch sólo sirve de adorno para presumir, pero me quedo enganchada a ratos en tramos detenidos que me producen jet-lags. Así que para matar el tiempo, antes de que me mate a mí, me he hecho asesina en serie. Me dedico a ir a degüello a por esas víctimas que tánto confían en mí, en mi palabra, me dedico a rebanar cuellos con las afiladas hojas de diccionarios nuevos. La desventaja, que siempre dejo rastros, la ventaja, que mi cara de angelito no levanta sospechas. El resultado, que un vecino mío que dice ser detective privado me va poniendo al día de los fallecimientos, que ya empiezan a ser seis. Así voy frenando este parkinson mortal que me tiene como una rueda dentada que se atora y se acelera sin control. Y mi vida es más llevadera, menos acomodaticia, pero más llevadera. A ratos pienso en mi senectud y me siento frustrada por tantas filosofías erróneas que encaminaron mi vida a unos engranajes descascarillados. Pero enseguida se me pasa y salgo a buscar el próximo destinatario de mis palabritas. Es bonito ver cómo la letra con sangre entra o, mejor dicho, cómo sale la sangre con la letra, cómo el saber sí ocupa lugar y cómo todos esos dichos de mis abuelos toman un sentido inverso, como si se hubieran vuelto locas las manecillas del reloj.
Voy a dar cuerda a mi óxido, porque las pilas ya no funcionan y he tenido que retroceder. Volveré dentro de un ratito, no os mováis, por favor, y enseñadme las laringes para que haga un casting de degollables.